«De profundis» de Oscar Wilde

“Esta carta, con su tornadizo y vacilante humor, con su desprecio y su amargura, sus anhelos y la impotencia de transformarlos en acción, te demuestra con gran claridad hasta qué punto estoy lejos aún del verdadero temple del alma. Pero no olvides cuán terrible es la escuela en que me veo sentado ante mi tarea. Por muy imperfecto que yo sea, mucho has de aprender todavía de mí. Viniste a mí para aprender el goce del arte. Quizá he sido elegido para enseñarte algo más maravilloso: el significado y la belleza del dolor.”

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El tratamiento público de la vida privada de personajes famosos (o no tan famosos) es algo muy común hoy en día en los medios de comunicación que nadie se pregunta de dónde ha salido. Está ahí, a los implicados les proporciona (les guste y participen de ello o no) notoriedad entre el resto de sus semejantes y, a cambio, desnudan sus asuntos más íntimos ante ojos y orejas atentos a todo lo que hacen o dicen. Se ha llegado a un punto de tal banalidad que no deja de ser curioso que cosas así hayan pasado en épocas pretéritas y con consecuencias mucho menos amables que un show televisivo en cualquier cadena del mundo.

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